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Smille.

No era como los días de siempre,
la sonrisa no llegó,
ni siquiera la que se obliga a tener
esa que había ensayado y parecía natural,
usada para no tener que dar explicaciones,
esa tampoco llegó.

Pensó en lo útil que sería una tienda de sonrisas,
una que prestara sus servicios en línea,
una llamada telefónica, un chat, un sms, señal de humo,
o un clic, lo que sea que garantizara una sonrisa,
una que perdure por el tiempo suficiente para
evitar levantar sospechas.

Sonrisas a domicilio, ese sería un buen negocio,
garantizando siempre la confidencialidad de los clientes,
nadie tiene porque saber que tu sonrisa no fue natural,
no fue por causa del amor, la vida, la familia y demás sandeces,
una sonrisa no exagerada, genuina,
de esas que engaña a tu madre o a tu amante.

Hoy era un buen día para llamar y solicitar el servicio exprés,
tampoco es que sea la alegría del lugar pero sabía
que en cualquier momento llegaría la pregunta referente a su
falta de expresión y no le acompañaba ni siquiera
una de sus ingeniosas y evasivas respuestas.

Una sonrisa con la cualidad de desaparecer en cuanto
llegara una de verdad, con mayor potencia y duración
que la comprada, tendría que ser un procedimiento sencillo,
indoloro, incoloro y eso si que dejara buen aliento.

Pensó en las posibilidades y se imaginó llamando
para solicitar el servicio, en ése momento concluyó
que justo ese día  todas las líneas estarían ocupadas,
el internet estaría caído, no servirían las señales de humo,
y por casi un segundo creyó que iba a sonreír.

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