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Palabras, le gustaban sus palabras, solía releerlas cuando descubría que estaba en medio de sus momentos de soledad, las leía una y otra vez, no porque la soledad le agobiara sino porque era en esos instantes de soledad en los que podía devorar cada palabra, degustarla, saborearla con cada sentido y entonces sentir que le pertenecía.

Así le pertenecían sus palabras, todas las que había pronunciado, más aún las que se atrevió a escribirle, desde  la más dulce hasta la mas rencorosa, desde la más tierna hasta la más caprichosa, todas esas palabras que como un hilo formaban sus recuerdos, todas las que sobre papel se dibujaron, todas las que en su piel se imprimieron, todas las que bajo suspiros murieron, todas, las sentía suyas cuando la soledad daba espacio al deseo. 

Eran sólo palabras creyó alguna vez, cuando era común recibirlas, cuando las encontraba dentro de sus libros, bajo la puerta, en sus escritorio, cuando pasó de la emoción de esas primeras palabras, el vacío y la excitación de su ser a simplemente cada nota un papel con más palabras. 

Había olvidado como muchas otras cosas, en qué momento el estremecimiento de las primeras palabras pasó a ser insignificante y en qué momento se habían convertido nuevamente en una necesidad, en un deseo nocivo amparado por su soledad. 

Ahora en medio de miles de cartas cada palabra procuraba un significado, guardaba un olor, contenía una lágrima, ocultaba una sonrisa o escondía un remordimiento, así pasaba su infinita soledad sin saber sí esas palabras pertenecían a una historia ya vivida, sí había sido quien las inspiró, sí las escribió para alguien que dejó de recibirlas, hasta que entendió que esas palabras eran las que traía el viento. 



Uno se enamora del niño interior de los demás, no porque seamos pedófilos sino porque es irresistible la necesidad de corromper algo en el otro.


No es que la gente se enamore fácil, es que cuando uno no sabe lo que quiere cualquier cosa le puede terminar gustando de manera obsesiva, porque el gusto por alguien vale la pena cuando te quita el sueño de vez en cuando. 

Cuando uno sabe lo que le gusta y lo encuentra ¿a cuántos pasos está de poder salir corriendo?, ¿en qué momento descubro que me gustas y en qué momento decido que puedo dejarme llevar por ese gusto o qué definitivamente el gusto ya es más grande que cualquier razón?

En mi caso es todo un proceso llegar al definir el gusto, bueno, un gusto de verdad no el insípido like de facebook, el gusto por una comida se me da en el segundo o tercer plato, cuando descubro que podría comerlo por una semana sin aburrirme, porque de eso se trata el gusto, darse cuenta que no te aburrirías tan fácil. 

Los gustos adquiridos son mis favoritos, en especial esos que me hacen sentir culpable por un tiempo (hasta me jodo la cabeza en el proceso de asimilación), porque corresponden al gusto de eso que no se ve a simple vista, el gusto con el uso y abuso con el que encuentras las pequeñas partes que conforman el todo, lo que ves, lo que no ves y lo que te atreves a intuir con la información que recolectas.

Mes gustas  suena para mi como una declaración fuerte, porque no soy de fácil gusto, porque no todo me gusta, porque se me genera la necesidad de descubrir ese gusto, saber en realidad ¿qué tanto puede gustarme, fascinarme y descubrir qué tan corruptible puede ser el objeto de mi gusto?.


En algún momento en ese proceso de adultecer junto con la mirada curiosa de niño se pierde también el disfrutar de ese momento en el que te das cuenta que algo te gusta y te gusta de verdad, ese momento en que encuentras que podrías dejarte llevar por el placer que te genera ese gusto, se pierde porque algunos gustos por más reales que los sientas y hasta racionalices van a dejar de ser, porque al fin y al cabo que algo o alguien me guste es asunto mío porque el mundo no va a cambiar cuando algo me gusta o me deja de gustar.